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La Desigualdad en el Equipo de Cristo: Recursos Sobrantes y Pastores Descalzos en Iglesias Necesitadas

Hechos 4:34- Reina-Valera 1960 34 Así que no había entre ellos ningún necesitado;

La cruz de Jesús, símbolo fundamental de nuestra fe cristiana, nos invita a reflexionar sobre la verticalidad de nuestra relación con Dios y su creación y la horizontalidad de nuestra unión como hermanos. Sin embargo, al observar la realidad de la iglesia contemporánea, nos enfrentamos a una paradoja dolorosa: la desigualdad en recursos, oportunidades y condiciones de vida entre los miembros del mismo cuerpo de Cristo. Este contraste resuena con la enseñanza de Santiago 2:1-4, que advierte sobre la falta de imparcialidad y el peligro de discriminar a nuestros hermanos.

 

Para ilustrar esta situación, pensemos en una analogía futbolística. Imaginemos un vasto campo misionero (creación, el cosmos) donde compiten dos equipos: el equipo del cristianismo evangélico y el equipo de las fuerzas del anti-reino. En este partido, la disparidad es evidente; mientras el equipo contrario cuenta con una jerarquía bien organizada que garantiza que todos sus jugadores tengan acceso a los mismos recursos, en nuestro equipo hay jugadores descalzos, sin uniformes adecuados y luchando con las limitaciones de su entorno. ¿Es esto justo? ¿Podremos ganar este partido con tal desproporción? La respuesta parece clara: la desigualdad en el acceso a recursos y oportunidades no solo pone en riesgo nuestro desempeño, sino también nuestra misión de llevar el amor de Cristo al mundo.

 

La historia de Marlon, un pastor nicaragüense que ha dedicado 45 años al ministerio, ilustra esta lucha. Sin acceso a herramientas básicas como diccionarios, Biblias de estudio o recursos didácticos, ha logrado fundar 13 iglesias en las montañas de Nicaragua. En contraste, otros pastores cuentan con abundantes recursos que a menudo son subutilizados. Este contraste no solo es injusto, sino que plantea una pregunta ética fundamental: ¿cómo puede un cuerpo funcionar efectiva y eficientemente  cuando sus miembros son tratados de manera tan desigual?

 

Es alarmante observar que en nuestras iglesias hay recursos sobrantes. Por ejemplo, una megaiglesia en la capital acumuló 80 mil dólares que sobraron de su presupuesto para la acción social, mientras que muchos pastores y comunidades carecen de lo esencial. Esta acumulación recuerda las advertencias de Éxodo 16:19-20 sobre el maná, donde Dios instruyó que no se guardara, sino que se compartiera. Hoy, muchas iglesias parecen haber olvidado esta instrucción, acumulando recursos que, en lugar de ser utilizados para el beneficio de la comunidad, del reino de Dios,  permanecen en bodegas, sumidos podredumbre de indiferencia y egoísmo

 

El relato del rico y Lázaro (Lucas 16:19-31) nos recuerda que las migajas que algunos ofrecen no son suficientes para satisfacer las necesidades de los que verdaderamente sufren. Algunas iglesias pueden dar, pero lo hacen de manera insípida, buscando reconocimiento más que realmente ayudar a los necesitados. Las excusas que se presentan, ya sean por falta de recursos, administración ineficaz o la percepción de que otras comunidades son "más pobres", son simplemente fariseísmo moderno. La verdadera emergencia, la que debemos temer, es la que enfrentaremos en el juicio final, donde seremos llamados a rendir cuentas por lo que hemos acumulado y por lo que hemos dejado de hacer.

 

Desde Shalom, durante casi tres décadas, hemos luchado por crear una red de iglesias que canalice recursos hacia aquellos que están "descalzos". A pesar de nuestros esfuerzos, la respuesta ha sido en muchas ocasiones la misma: inacción y espera pasiva. Sin embargo, recordemos la multiplicación de los panes y los peces (Juan 6:1-14); cuando compartimos, Dios multiplica nuestros esfuerzos y recursos.

 

Hemos logrado ayudar a más de 1900 familias de pastores afectadas por la pandemia, capacitar a más de 5000 líderes y proporcionar materiales didácticos a 389 pastores. No menciono esto como un acto de vanagloria, sino como un recordatorio de que no tenemos excusas para no actuar. Imaginemos lo milagroso que podría ser si todos nos uniéramos para apoyar a aquellos que luchan sin los recursos necesarios. “ A pata pelada” expresión latinoamericana.

 

Las desigualdades actuales solo benefician a nuestro enemigo. Aunque no queramos aceptarlo, estamos perdiendo la batalla. Cerca de mi pueblo, una iglesia rica, con un pastor diestro en bienes raíces y un mega templo construido por estadounidenses y personas adineradas, dejó su antiguo templo sin uso. Otro pastor de una iglesia pequeña pidió prestado este templo y recibió la respuesta propia de una oficina de bienes raíces: no se presta, se alquila. Como no pudo pagar unos meses, el pastor fue denunciado penalmente. Tristemente, incluso entre nosotros, nos quitamos los recursos para ser efectivos en el (juego) en la misión.

 

Por lo tanto debemos recordar que Dios nos pedirá cuentas del maná guardado. Es imperativo que, como cuerpo de Cristo, trabajemos juntos, utilizando nuestros recursos de manera equitativa y generosa. Al final del día, nuestra verdadera victoria no se medirá por nuestros logros individuales, sino por la capacidad de nuestro equipo para ser efectivos en la misión que Dios nos ha encomendado. Que nuestro compromiso con la justicia, la solidaridad y la compasión prevalezca sobre la indiferencia y el egoísmo que tantas veces nos han caracterizado. Cada uno de nosotros, como miembros del cuerpo de Cristo, tiene la responsabilidad de buscar el bienestar de nuestros hermanos y hermanas, especialmente aquellos que enfrentan mayores dificultades.

 

La enseñanza de Mateo 25:35-40 nos recuerda que lo que hacemos con los más pequeños y vulnerables, lo hacemos con Cristo mismo. ¿Estamos dispuestos a ver a Jesús en el rostro de aquellos que luchan por sobrevivir en condiciones de pobreza y desamparo, siendo estos Pastoras, pastores, iglesias? La respuesta a esta pregunta debería desafiar nuestra fe y nuestra acción. Es hora de que tomemos la iniciativa, no solo orando, sino también actuando, llevando recursos, capacitando y estableciendo conexiones significativas entre las iglesias ricas y las que carecen de recursos.

 

La analogía del fútbol también nos enseña que, en un equipo, cada jugador tiene un rol crucial. No podemos permitir que algunos se queden atrás mientras otros prosperan. La victoria en el reino de Dios no se mide por el número de asistentes a nuestras iglesias o por los fondos que acumulamos, sino por la capacidad de nuestro equipo para ir más allá de sí mismo y reflejar el amor y la gracia de Dios a un mundo que lo necesita desesperadamente, desde el equipamiento integral y total de la colectividad.

 

Si bien es fácil caer en la trampa de la comparación o el juicio hacia aquellos que tienen menos, debemos recordar que todos somos parte del mismo cuerpo. La diversidad de nuestras circunstancias y recursos no debería ser motivo de división, sino una oportunidad para que, juntos, seamos más fuertes y efectivos en nuestra misión. Al igual que en un equipo de fútbol, donde cada jugador cuenta, en el reino de Dios cada vida, cada historia y cada lucha cuentan.

 

Por lo tanto, es esencial que nos unamos en un esfuerzo colectivo para transformar esta realidad. La falta de recursos en algunas iglesias no debe ser vista como una debilidad, sino como una oportunidad para que las iglesias que tienen abundancia se conviertan en catalizadores de cambio. Juntos, podemos crear un sistema de apoyo donde todos los miembros del cuerpo puedan prosperar, donde cada uno pueda jugar con el uniforme adecuado y con los recursos necesarios para desempeñar su papel en el campo de juego.

 

En este camino hacia la equidad y la justicia, recordemos que la verdadera riqueza no se encuentra en la acumulación de bienes, sino en la generosidad de nuestros corazones. Como dice Proverbios 11:25, "El que es generoso será prosperado, y el que saciare, él también será saciado". Que nuestra generosidad no sea solo un acto de piedad, sino una respuesta a la gracia que hemos recibido.

 

F inalmente, al mirar hacia el futuro, que cada uno de nosotros se comprometa a ser un agente de cambio dentro de su comunidad. Que nuestras acciones reflejen el amor de Cristo y la misión que Él nos ha encomendado. Solo así podremos verdaderamente ganar el partido que tenemos ante nosotros, un partido donde la victoria no se mide en goles, sino en la colaboración solidaria,  vidas transformadas y comunidades regeneradas por la proclamación y demostración del  evangelio comunitario.

 

La invitación es clara: ¡actuemos con urgencia y determinación! El reino de Dios se construye sobre los cimientos de la justicia, la equidad y el amor. Que no seamos conocidos por lo que acumulamos, sino por lo que compartimos. Al final, no solo rendiremos cuentas de nuestro maná guardado, sino de cómo hemos amado y servido a nuestros hermanos en Cristo. Que nuestras obras reflejen la luz de Cristo en un mundo que necesita desesperadamente esperanza y redención.

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