¿Qué es lo que da identidad y afirmación a la Iglesia en términos generales?
Permítame plantearles dos posibles respuestas a manera de introducción:
En primer lugar, su involucramiento verificable en la transformación social desde un discipulado bíblico en sus congregantes.
En segundo lugar, el culto, ese espacio común que es creado en los más diversos formatos, con tecnologías de punta, hermosas escenografías, programaciones atractivas o bien, desde la expresión rural de las bancas de madera rustica y decoraciones caseras que diaconisas realizan para hermosear el lugar de reunión.
Ambas afirmaciones tienen por esencia y concepción una profunda sinergia, que las convierte en lo que debería ser una definición simple e integral de su identidad; la transformación comunitaria desde discípulos bíblicos, como del culto congregacional.
Sin embargo, el culto desde mi perspectiva se ha convertido en la declaración pública del ser y hacer Iglesia, este matrimonio se ha sostenido en el tiempo, pensar en un divorcio puede ser considerado una herejía a la institucionalidad.
En el contexto actual no llevar a cabo el encuentro congregacional con la regularidad religiosa de dos y hasta tres veces a la semana, se puede interpretar como un pecado de omisión, según muchos citan el versículo:
“No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca”. (Hebreos 10:25).
Líderes cristianos se enfocan en el culto.
Muchos líderes cristianos encontraron en estos espacios, que oscilan entre una hora y media hasta tres horas por culto, la oportunidad única para permear de predicaciones (no todas bíblicas) a la congregación, con el propósito de motivar la participación colectiva a eventos para diferentes temáticas dentro del templo y desarrollar un liturgia de alabanza y adoración comunitarias.
Se utilizan cantos que no siempre tienen fundamentos en una teología bíblica equilibrada; la manera de captar fondos para la sobrevivencia operativa y, muy importante el estar juntos.
En consecuencia, los congregantes salen de estas reuniones felices porque cumplieron con, ser iglesia, ¡ya pueden marcar en sus calendarios, un día más de hacer la misión eclesiástica! y, del otro lado del pulpito, él pastor se siente satisfecho de ver a su rebaño asistir, escuchar, a algunos dar, ¡misión cumplida, Dios debe estar feliz con esta, su iglesia, concluirá sonriendo!
De esta manera han pasado los años, viviendo para el culto y siendo el culto, su más elocuente tarjeta de presentación. Este paradigma está tan arraigado, que en estos tiempos de pandemia, el cierre de los templos por medidas sanitarias y de contención, tienen a pastores y congregantes, desesperados por el permiso gubernamental de regresar al templo, para así, volver a ser, la Iglesia.
¿Fue ese escenario el establecido o propuesto en los orígenes de Iglesia?
En absoluto, la iglesia no nació en los templos ni tenía programaciones extravagantes, sus primeros pasos recién constituida tuvieron lugar en casas, donde las familias compartían las narrativas doctrinales que los Apóstoles les enviaban o les exponían, cultivaban la responsabilidad solidaria del uno con el otro, se financiaban desde la generosidad y nunca desde la imposición de cifras económicas, gozaban con el favor de los pueblos donde residían y por efecto a todo lo anterior, más y más personas se sumaron.
Para fortalecer lo anterior, debemos recurrir al ejemplo por excelencia, Jesús, desarrolló su ministerio acompañado de lo que podríamos denominar su ‘iglesia’, doce discípulos que pasaron la mayoría del tiempo fuera de las estructuras religiosas, como lo eran las sinagogas y el templo. Jesús vivió un culto desde la calle, las plazas, los mercados, visitando casas de figuras cuestionadas como la de Zaqueo, siendo esta referencia una inspiradora confrontación para nuestro presente.
En una ocasión los discípulos de Juan el Bautista le preguntaron, ¿eres tú el que había de venir, eres el Mesías? Su respuesta es perturbadora en relación al hoy de la Iglesia, ‘vengan y vean, los ciegos ven, los cojos andan, los muertos son resucitados y a los pobres se les es anunciado el mensaje del reino de los cielos, vayan y digan lo que han visto y escuchado” (Lucas 7:20-23).
Jesús definió su identidad no desde un discurso magistral en la sinagoga, dejó ver, Quién era, desde lo que hacía por los demás, ¿Y, las comunidades de fe, que responderán ante la pregunta, son ustedes la iglesia o esperamos otra?
¿Deben las congregaciones definir su identidad únicamente desde el culto?
Si no es desde allí entonces, ¿Desde donde debería hacerlo? esta urgente legitimidad debe darse desde ambas vivencias.
La desvinculación del culto con la justicia social le robó a la Iglesia la integralidad de su identidad.
Los profetas en el antiguo testamento acusaron a Israel de darle a Dios un culto lleno de indiferencia, violencia, individualismo, avaricia, explotación, al punto que Dios mismo señaló que cerró sus oídos ante sus plegarias y afirmó aborrecer los actos litúrgicos. (Isaías 1:10-17, Amos 5:24, Miqueas 6:1-8).
Contundentemente afirmo que la iglesia debe buscar un nuevo significado a la razón completa de su ser y hacer, sacándola del templo y llevándola a todas las esferas de la sociedad, a través de acciones de amor, servicio, inclusión, generosidad y, que el congregarse no siga siendo el único evento misional, sino que este sea el tiempo de celebración y adoración comunitaria a Dios por toda la justicia, misericordia, solidaridad, discipulado, evangelización y vida que en los lugares en donde sus miembros conviven han sido expuestas.
“Vine al culto de hoy y espero quedarme, ustedes ponen el evangelio en acciones, soy alguien que todo lo observa y critica, pero en ustedes encontré a un Jesús con botas de hule y manos sucias, al verles construyendo la casa de doña Evelyn”. Estas son las palabras de un vecino impactado por ver una de las muchas expresiones culticas que realizamos en las comunidades donde vive nuestra gente.
La Iglesia debe definir la razón de su existencia.
A manera de conclusión, este pragmatismo eclesial que ha definido a las Iglesias, debe terminar, no existimos para el culto únicamente, las comunidades de fe nos debemos definir por nuestro ejercicio del amor, sin que medien condiciones, es servir hasta las últimas consecuencias, a través de miembros comprometidos con el ser discípulos del evangelio y que cada vez que tenemos la oportunidad de estar juntos, sea para festejar todas las cosas transformadoras que
están pasando en las comunidades.
Tus observaciones, que te suscribas y que decidas compartir con mucho más me motiva.
Excelente bendiciones!