Soy homosexual, creo que con esta confesión, usted podrá tomar la decisión normal de estos casos.
_ ¿Cuál? Le pregunté.
_ Pedirme que me vaya de la iglesia. Y por supuesto que no le hable más, me respondió tímidamente, mirando hacia
el suelo enlodado, por la lluvia de la mañana.
Yo quería aprovechar ese maravilloso acercamiento para sacar de él, las razones de esa conclusión: “Irme de la
iglesia”.
_ ¿Qué te ha llevado a concluir que tu confesión dará como resultado una expulsión de la iglesia? Pregunté.
Levantó su mirada, con lágrimas, -porque de todas me han echado, en la última el Pastor me puso delante de todos y
me pidió que con una confesión, renunciara a mi homosexualismo, a lo que yo me negué contundentemente, don Roy, ese señor nunca me saludó, no me hablaba y sin misericordia me exhibió. Yo no dije nada, salí inmediatamente del templo y detrás de mí las voces de muchos, ¡está endemoniado!
No pude contenerme ante esa espantosa narrativa, le abracé fuerte, besé su cabeza y le pedí perdón por el mal trato que habían tenido con él, en esa iglesia.
— ¿Me puedo quedar en Shalom, no me tengo que ir? Me preguntó con una sonrisa de esperanza.
— Por supuesto que puedes quedarte entre nosotros. Esta iglesia no es un museo de santos, afirmamos ser una
comunidad de pecadores en recuperación.
A ver, ¿cuánta de esta historia se repite en la actualidad? No únicamente con el homosexualismo, con muchas otras diversidades que existen en esta sociedad, en las cuales los cristianos participamos de muchas maneras.
Es constante la manera despiadada en que muchas iglesias y sus líderes tratan a quienes consideran “pecadores”, a quienes socialmente son señalados por su estilo de vida.
Te pregunto, ¿a qué ha sido llamada la Iglesia y sus líderes? Le planteo dos opciones:
1. A cambiar la gente que se acerca.
2. A servirles y amarlos.
De seguro algunos líderes, eclesiásticos como cristianos, marcarán la primera, existimos para cambiar vidas, restaurarlas al diseño original de Dios. ¿Estás seguro que la Iglesia, el cristiano, tienen el ‘poder para cambiar’ como si
de ella brotaran fuentes de santidad?
Permítame plantearle lo siguiente, la Iglesia está conformada por una población de gente, viciada por el pecado, que muchos han logrado salir de comportamientos pecaminosos, pero continúan en sus luchas, tentaciones, caídas y muchas de ellas no tan evidentes, éstas se tapan, ya sea con religiosidad o también con la gracia de Dios, que se apasiona por ser compañero de frágiles.
Ahora bien, quien sí tiene el poder para cambiar personas es Jesús, a través del trabajo que el Espíritu Santo hace, trayendo conciencia de pecado. La Biblia nos dice que el Espíritu Santo va a convencer al mundo de pecado ( Juan 16:8 ) y en este estado, la persona reconoce su condición e ingresa a un peregrinar en el que la Iglesia, en total conocimiento del taller que es, facilita espacios en comunidad con otros y otras, desde realidades pecaminosas y en estos encuentros Dios actúa personalmente haciendo los cambios.
Lo que trato de sostener, es que la Iglesia no está llamada a cambiar a nadie, la Iglesia está llamada a servir y amar a todos por igual, con mayor enfoque a aquellos que deciden ser parte de ella.
Jesús es el ejemplo único, de manera estratégica se acercaba a muchas personas y en su relación con ellos les transformaba, desde la práctica inclusiva del amor.
La mujer Samaritana recibe su intervención milagrosa producto de ese diálogo abierto, amistoso y revelador con Jesús. Zaqueo es acogido como un hospedador de Jesús, sin haberlo planeado, pero esa visita cambió por entero la
vida de ese hombre.
Es hora que la Iglesia y los cristianos bajemos las armas del juicio, la acusación, la burla, no ser parte del torrente sangriento de las redes sociales que de manera, a veces cobarde, son el ring de ataque en donde la víctima no puede defenderse, ya que no tiene a nadie en frente, solo sufrir los despiadados golpes de la moralidad religiosa.
Le invito a analizar en el contexto de este artículo, en este versículo, Romanos 10:14 (NVI). 14 Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?
Tres preguntas que la Iglesia y los cristianos deben responder, pero, ya no desde el discurso dominical, el cual alivia conciencias pero no lleva a la membresía a ver y tratar al “ pecador de la calle” con amor. Debemos hacerlo desde la
práctica cotidiana.
Este escrito no se trata de si yo estoy a favor o no del homosexualismo, tiene que ver con la invitación más escandalosa que Jesús nos da con su vida, ser amigos de los pecadores. ¿Es la Iglesia, es usted amigo, de los pecadores?
Póngale título a ese pecador y responda si, ¿estás amándolos? Aunque no aceptes en nada su estilo de vida, sus inclinaciones, su forma de vestir, como huele, las maneras de hablar, dejemos de lado esas barreras que la moralidad religiosa nos heredó, a usted no lo mandaron a cambiar a nadie, lo mandaron a amar.
Renunciemos a esas ínfulas de grandeza, queriendo nosotros cambiar a la gente, no podemos exigir cambios en los demás cuando en lo recóndito de nuestra memoria guardamos pecados.
El día que salgamos a amar y servir, este mundo y su descomposición social saborearán la sal y gozarán de la vida, de la luz.
¡Vamos!, salgamos a predicar el escandaloso mensaje del amor, él tiene en sí mismo el poder de transformar a ellos y a usted al mismo tiempo.
Por cierto, el muchacho continúa con nosotros en Shalom, acompañando a otros pecadores en recuperación.
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Pd. Por favor inscribete en el blog, muchisimos me dejan mensajes lindos que no puedo responder porque no son parte de los contactos.
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