Es una mañana típica después de una larga noche de pensamiento y reflexión. Agotado por las muchas batallas, pruebas y traiciones que enfrentó, enemigos que atentan directamente contra su vida; ¡la noche no ha sido buena!.
Realmente, levantarse ha sido toda una lucha, porque el calor de la cama le invita a quedarse postrado para tratar de aliviar, de alguna manera, el agotamiento que siente. Pero las responsabilidades deben cumplirse y su rol debe llevar a la gente a tomar decisiones y orientaciones, por lo que debe levantarse.
Queriendo tomar unas bocanadas de oxígeno y hacer un poco de estiramiento, camina hacia la alcoba, hacia el balcón de su dormitorio. De manera accidental, mira al estanque de la ciudad, donde las mujeres y algunas personas van a llevar agua para sus casas, atender sus labores domésticas,, así como proveer de agua para los animales y en esta caso, para bañarse. Su mirada se posa en la figura de una mujer que nunca había visto antes, ¡es hermosa! Él le da una segunda, tercera, y cuarta mirada y, de repente, se ve envuelto en emociones que lo llevan horas después a preguntar quién es, cómo se llama. Obviamente, el agotamiento que lo ha embargado todo su ser hace que el pensar en ella se convierta, en algún sentido, en un descanso, un reposo para sus emociones cargadas y heridas.
Ref. Biblica Una tarde levantóse del lecho y se puso a pasear por la terraza de la casa real, y vio desde allí a una mujer que estaba bañándose y era muy bella. Hizo preguntar David quién era aquella mujer y le dijeron: “Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías el jeteo”. David envió gentes en busca suya; vino ella a su casa y él durmió con ella. Purificada de su inmundicia, volvióse a su casa” (2 Samuel, 11, 1-4).
Finalmente, sabe cómo se llama, conoce quién es su esposo, ¡es casada!. En total convencimiento de su rol y lo que representa su autoridad, hace algunos movimientos estratégicos para hacer que la persona que es su esposo sea puesto al frente de sus ejércitos, para qué, al enfrentar a sus enemigos, él se convierta en un mártir y él, por efecto, pueda acceder libremente a la mujer que hizo que sus emociones, pensamientos, todo aquel mar de cansancio desapareciera, por algún momento. Una vez eliminado su esposo, podría convertirse en alguien bajo su autoridad para esta mujer.
El tiempo pasó y, finalmente, hizo que esta mujer fuera suya, pero las consecuencias de aquel nefasto momento desde el balcón de su dormitorio trajeron las más dolorosas, vergonzosas e inmortales consecuencias. Él es David, el hombre conforme al corazón de Dios.
La historia que anteriormente fue narrada es una que cada uno de nosotros, quienes estamos sirviendo al reino de Dios, conocemos, de la cual predicamos y usamos para enseñar valores de ética, moral, espiritualidad e integridad a muchas de las personas que nos siguen en nuestros escenarios de influencia. Pero, por otro lado, existe otra verdad, otra cara de la moneda, otra narrativa que se gesta en lo más profundo del corazón del servidor, de El pastor o la pastora que sirve a Dios. En muchos sentidos, nos parecemos a David.
Por supuesto, trabajamos arduamente y enfrentamos muchísimas batallas de orden espiritual, físico y de salud. Además, tenemos que lidiar con los adversarios del ministerio, la misión y el llamado que Dios nos ha dado. Todo esto se confabula para crear batallas y guerras que nos dejan al final de muchas jornadas, sangrando, heridos de muerte, exhaustos, sin esperanza, sin fe y lo peor, sin alguien que pueda venir a sanar nuestras heridas, porque muchas de ellas se ocultan en el corazón, otras se ocultan en la sonrisa y el abrazo pastoral que damos a otros, cuando finalmente, ese abrazo debería ser un abrazo para nosotros.
Es en estos contextos de hostilidad y cansancio extremo a tentación aparece sigilosa, sin anunciarse. Se ha venido gestando tímidamente, esperando el momento oportuno para aparecer en el estanque de nuestro cansancio, nacido de nuestras batallas, de nuestros conflictos, de nuestros roces maritales, de nuestros desacuerdos.
Es desde el balcón de nuestro ministerio, de nuestra posición pastoral y de nuestra posición como liderazgo, que la miramos. Nos seduce, nos sentimos seducidos, nos sentimos atrapados en su mirada. Queremos por un momento correr hacia ella, pero tímidamente recordamos nuestros valores éticos y morales, nuestro compromiso con la cruz.
Estamos marcha atrás, regresando a nuestros dormitorios, a nuestra oficina, a nuestras camas. Intentando que a través del sueño, podamos olvidar la mirada de la seducción, la mirada de aquella que nos invita a relajarnos, a pasarla bien, a olvidar por un momento todas las cargas y sufrimientos que traemos. Las horas pasan, es difícil olvidar esa mirada. Por supuesto, que no tenemos con quién hablar, esto es solamente entre nosotros, entre mi yo y mi conciencia. Y algunas veces, tímidamente o vergonzosamente, le decimos a Dios: "Dios, ayúdanos, porque no sabemos cómo va a terminar esto".
Para algunos, lo que anteriormente he narrado es la verdad que han atravesado. También existirán algunos que nunca han enfrentado un momento como este. Para aquellos que lo enfrentaron, hubieron dos realidades: la realidad de caer, sucumbir ante la tentación de la seducción, buscando un poco de escape, de oxigenación, relajamiento, pero al final, como todo y como la escritura bien lo dice, “ la paga del pecado es muerte”, todo va a salir a la luz, y todo salió a la luz, trayendo consigo dolor, escarnio, vergüenza, culpa, la cual nuestros adversarios usan para desacreditar y dejarnos en el piso de la acusación.
También existen otros y otras valientes, que lograron reponerse y pudieron, en Dios, buscar la ayuda necesaria, como también en algún mentor o mentora que les ayudara a procesar la tentación, y salieron victoriosos de lo que sucede en los balcones de nuestra vida.
Para aquellos que nunca han experimentado tentaciones de este tipo, o para aquellos que han sido liberados de ellas, sería irresponsable hacer una declaración triunfante y afirmar que nunca les sucederá. Creo que David nunca pensó que le pasaría a él, y muchos también que cayeron pensaron lo mismo, esto no sucederá conmigo.
Es precisamente en ese momento que tiene sentido buscar una salida para nuestro agotamiento, hablar con alguien, contar nuestras tentaciones, buscar pastoreo comunitario que otros pueden ofrecer. El dolor de una caída y las consecuencias de un pecado moral en algunos casos son irreparables. Por supuesto, soy alguien que cree y defiende la gracia de Dios, su perdón y su restauración, por mi propia experiencia. Sin embargo, lamentablemente, la sociedad que nos rodea es cruel y no perdona. Siempre tendrá algo que decir para recordarnos ese momento de la caída desde nuestro balcón.
No sé en qué momento te encuentras, si estás cansado, herido, con muchas batallas libradas y te encuentras en un momento vulnerable antes de llegar al balcón de tu vida y caer ante las tentaciones, busca ayuda. No permitas que la seducción de una invitación al descanso traicionero y de muerte golpee estructuralmente tu llamado y tu ministerio.
Ahora bien, las seducciones tienen muchos rostros y figuras, sexuales, dinero, imagen, poder entre otras.
Si conoces a alguien que está sufriendo las consecuencias de una caída, antes de señalar o juzgar, ve y acompáñalo. Abrázalo, porque puede que en algún momento tú seas el que necesite ese abrazo reconciliador y sanador de otro que ha sufrido.
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