La gran mayoría de quienes estamos inmersos en la vida del ministerio,ingresamos a él siguiendo un llamado incomprensible de Dios, pero ha sidotanta la pasión que despertó en nosotros que decidimos dejarlo todo, con tal de corresponder a esa disruptiva invitación.

Sin embargo, esta decisión casi nunca está acompañada de algúnasesoramiento o entrenamiento previo por parte de otros experimentados ministros, nos lanzamos a caminar terrenos desconocidos, todo por servir a Dios.
Los años pasan y con ellos vienen los quebrantos propios de esta tarea, heridas emocionales por las traiciones de aquellos colaboradores cercanos, las necesidades económicas que afectan a nuestras familias, las críticas que recibimos de aquellos que miran el servir a Dios como algo denigrante, o bien como un negocio; estas y otras muchas consecuencias han sido el pan de día y noche de quienes dijimos a Dios: “Heme aquí, yo iré por tu causa”.
Pero las consecuencias de todo lo anterior puede que nos lleve sin querer a un desamor, a la pérdida de pasión, y hasta de compromiso con ese llamado ministerial, y llegamos a servir simplemente porque no tenemos de otra, o bien porque a nuestra edad ya nadie nos contrata. Por supuesto que nos sentimos ligados a la gente que hemos servido, y como efecto a lo anterior, vienen las quejas, acusaciones, reproches y hasta maltrato al llamado, como si se tratara de una persona. Le cito algunas frases típicas dichas por nosotros y por nuestras familias:
-Por culpa del ministerio estamos en esta miseria.
-Estábamos mejor cuando no habíamos aceptado servir a Dios.
-En qué momento le dije sí a Dios, ahora me arrepiento de estar en esta posición.
La familia aporta su cuota, ante sus necesidades de tiempo y recursos, señalan al llamado ministerial como el culpable de muchas de sus carencias o sufrimientos.
Ante todo esto pregunto, ¿en realidad, es el llamado el culpable de todo lo que nos ha pasado en nuestra jornada ministerial?
Antes de responder le recuerdo un par de eventos bíblicos. El gran profeta Elías, en el Capítulo 19 de 1 de Reyes, (NVI) narra un momento de extremo quebrantamiento emocional, al punto que termina acusando severamente su llamado y hasta desear la muerte, (19: 4 NVI) sus quejas no son algo que movieron el corazón de Dios para consentirle, todo lo contrario, le proveyóalimento y agua, y le dijo: “Coma y beba porque mucho camino te resta”. (19:7). Elías, en esa parada, tuvo dos momentos: el del reproche a su llamado, y el momento de la reconciliación con Él, mediante el alimento divinamente proveído.
Esto es precisamente lo que debemos hacer nosotros, pedir ser alimentados por la Palabra de Dios, y esta puede encontrarse en otro colega, con quien podamos abrir nuestro corazón y llorar nuestras penas. ¡Mucho camino te resta,no puedes darte por vencido!
El otro ejemplo se refiere al capítulo 1 del Libro de Jeremías, quien despuésde haber recibido uno de los llamados más hermosos, entró en un conflicto,producto de que nadie obedecía a sus prédicas-profecías, la gente seguía en su vida de maldad y esto lo llevó a maldecir el día en que nació y a renunciar a su llamado, pero es en ese momento que se reconcilia con su llamado, al exclamar que no podía, lo que él llamó un fuego en su pecho que impulsaba a seguir predicando el mensaje de Dios. (Jeremías 20:9 NVI).
Reitero mi pregunta, ¿en realidad, es el llamado el culpable de todo lo que nos ha pasado en nuestra jornada ministerial?
Mi respuesta es no. Lamentablemente el problema somos nosotros, al no tener donde llegar a hablar y llorar; dejar que el corazón siempre venza a la razón; no dominar el arte de decir un NO; el no haber enseñado a la gente a la que servimos que somos humanos y no superestrellas; de no sacar el tiempo de vacaciones; donde el tiempo de familia o para nuestra pareja nunca fue prioridad. Lamento decirte que somos los culpables.
Extraordinarios hombres y mujeres con grandes ministerios terminaron dejando todo, y llegaron al punto de odiar todo lo que era servir a Dios, como también familias enteras se destruyeron por estas mismas razones. Tú, que me lees, no puedes terminar tu carrera ministerial de mala manera.
“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mateo 5:11, 12).
Si queremos ser colaboradores de Dios en su obra, en medio de la generación que nos ha tocado vivir, vamos a tener que pagar un precio.
Ser colaboradores de Dios en su obra tiene un precio que tenemos que estar dispuestos a pagar, pero que queda reducido a nada cuando lo comparamos con el increíble testimonio de tantas personas que hemos servido.
¿Qué clase de ministerios quieres, el de la Biblia o el de los hombres, el de los sufrimientos o el fácil?
Hace mucho tiempo yo escogí el que el Señor me dio, el de los sufrimientos. Y uno aprende a decir: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”.
Reconciliarse con el llamado implicará asumir la responsabilidad de lo que no ha salido bien, integrar todos los cambios necesarios para que tu salud, familia y matrimonio estén saludables y, sobre todo, reconciliarse con el ministerio. Esto último implicará tener una cita romántica con ese llamado, para recordar el maravilloso día en que Dios decidió llamarte y deberás pedirle perdón por las veces que lo has acusado de ser el culpable.
Lo mejor que nos ha pasado en la vida ha sido la invitación por parte de Dios,creador de todo lo que existe, a ser parte de lo que Él inició en el huerto del Edén, y que Jesús retoma en la cruz del calvario.
¡Pídele perdón a tu llamado! Sentirás el
fuego apasionado de Jeremías y serás alimentado e hidratado como le sucedió al profeta Elías, gracias al alimento de la Palabra de Dios.….
Excelente, muchas gracias. Muy interesante y confronta