Vivimos en una sociedad cada día más cosmética, donde se valora más el talento que el carácter, más el éxito que la integridad, más la apariencia física que la interioridad, y ante esta pandemia de anti-valores convergemos los que dirigimos a la Iglesia de Jesús.
Estamos en la era del maquillaje, este sabe cubrir las deformidades y muestra al público lo que quiere ver y lo que le satisface. La buena imagen es un gran plus hacia el estrellato, y de esa manera se predispone a la sociedad a rendir pleitesía.
Con todas estas aseveraciones, quizás estés pensando que lo mejor es meterse por horas al gimnasio, y si es posible, realizarse alguna que otra cirugía plástica; y después de eso, sí nos podemos lanzar a la arena competitiva del liderazgo. La buena imagen vende y posiciona.
Aclaro que no estoy en contra del cuidado personal para efectos de salud, yo mismo soy un disciplinado con el gimnasio.
Y para nuestra propia frustración, el liderazgo cristiano no se ha escapado de caer en esta moda del maquillaje, la buena apariencia física y, sobre todo, para mostrarle a sus feligreses lo que ellos anhelan: un ser especialmente divino, con superpoderes para aliviar a otros, ser la voz linda de Dios, con familias intachables, matrimonios casi perfectos, una inquebrantable vida y, por supuesto, que no muestre vulnerabilidad, es decir, fiel al triunfalismo.
Por supuesto que estas cualidades no están presenten en la nómina de requisitos del puesto del pastor, pero en el inconsciente de la gente esto es lo que esperan, superhombres y supermujeres, al mejor estilo de la mujer maravilla y supermán.
Y ante esta exigencia, los líderes sucumben al crear un circo de espectáculos de ovación a la figura humana, que gira en función de un imaginario de alta perfección moral, espiritual y ética, algo que está lejos de ser cumplido a cabalidad por un ser humano imperfecto. Pero ante la urgencia de fama, poder, trascendencia y réditos, se fabrican shows con tinte de espiritualidad, donde los pastores y líderes son simplemente actores a quienes el público diviniza y eleva a caminar sobre cuerdas flojas. Por esto: ¡El show debe terminar!
Ahora, en el marco de esta pandemia de apariencias, surge la pregunta: ¿Qué hacer?
Y la respuesta es muy fácil: quítese la capa de maquillaje y muestre su lepra.
Para ilustrar el planteamiento anterior cito: “Naamán, general del ejército del rey de Siria, era muy importante y valioso para su rey porque el Señor lo usó para darle victoria a Siria. Pero aunque Naamán era un hombre importante y poderoso, sufría de lepra”. (2 Reyes 5,1 RVR1960)
Este líder tenía en su poder todo cuanto quisiera, podía movilizar legiones de soldados, ordenar que sirvientes le cumplieran sus deseos, en resumen, tenía todo a su haber, pero era leproso.
Al ser Naamán de un alto rango, no podía mostrar su desnudez ante nadie, mucho menos ante sus subalternos, ahora bien, el pasaje digno de ser leído para la total comprensión del presente artículo, nos narra sobre algunos personajes de vital importancia: la niña cautiva que da anuncio de la presencia del profeta en la ciudad o el profeta que da las directrices para la sanidad.
Este adalid, acostumbrado a las pleitesías y obediencias inmediatas, es humillado ante las negativas del profeta Eliseo de recibir dinero por la sanidad, y en su defecto, las recomendaciones del hombre de Dios son claras: “Lávese siete veces en el peor de los ríos”. Así lo hizo y quedó sano, pero el punto neurálgico fue que tuvo que quitarse la coraza frente a sus inferiores y, de esa manera, mostrar su lepra, dejando en evidencia que su poderío y su imagen, quizá hasta su arrogancia, estaban siempre vulnerabilizadas por una lepra.
¿Cuál es nuestra lepra, esa que maquillamos con ministerio y liderazgo?
Esa lepra que hiede en la privacidad de nuestro yo, esa que nadie sabe, la que consumimos y buscamos adictivamente, esa que poco a poco desprende partículas de nuestro carácter, integridad, moralidad y, finalmente, desprende el mayor de los sentidos, una honesta espiritualidad y dependencia de Dios.
Estas lepras tienen diferentes formas: las sexuales, las de malos manejos financieros, los matrimonios de apariencias como única manera de sostener un estilo de vida y hábitos inmorales. Eso es lo que nadie mira, lo que ocultamos con las herramientas cosméticas que este sistema hedonista nos ha proporcionado.
No me mal interpretes, no estoy sugiriendo que salgas a gritar tus lepras a todos, aunque existen algunas que son de extrema urgencia confesar, antes que su hedor nos delate.
Propongo algunas medidas curativas:
➢ Muéstrese humano y vulnerable.
➢ Promueva desde sus espacios de disertación un mensaje construido desde una humanidad redimida, y no desde una triunfalista.
➢ Hable de sus fracasos, haga sentir que no eres un ser superdotado, que sí tienes problemas familiares, discusiones de pareja, que por momentos desearías escapar de tus responsabilidades a causa del agotamiento o desánimo.
➢ Busque un grupo íntimo de extrema confianza como espacio de rendición de cuentas.
➢ No permitas que te endosen exigencias de personalidad para pretender ser quien no eres realmente.
➢ Recuerda que siempre tendrás a Dios como tu guía y protector.
Existirán muchas otras medidas que de seguro ya tendrás en mente ejecutar.
En mi humanidad llevo esculpidas las cicatrices de mucho de lo que en este artículo propongo, momentos agónicos donde tuve que mostrar mi lepra a mi familia y a mi equipo pastoral, acción ciertamente vergonzosa, pero les soy muy honesto: pocas veces había sentido el abrazo redentivo y sanador que, en ese momento, mi equipo supo darme, y así ayudarme a sanar mi lepra.
Finalmente, la sociedad está cansada de los escándalos por parte de líderes de toda nomenclatura, y no es justo que desde el ámbito cristiano se sigan dando casos, por supuesto, sé que estos continuarán, pero quizá, tú que me lees, tomes decisiones renovadoras que te permitan terminar bien tu carrera ministerial.
Ya basta de vivir de apariencias, es hora de mostrar con elegancia nuestras lepras en transformación, que en total control por el Señorío de Cristo, se conviertan en testimoniales de la gracia de Dios. Eres un instrumento extraordinario y con grandes potenciales, no en virtud de quién eres, sino a pesar de quien eres.
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Palabras fuertes que me hacen reflexionar y tomar cartas en el asunto, y anhelante de que no sean palabras huecas en los oídos de nuestros compañeros de trinchera, que Dios siga forjando nuestro carácter.
Wow excelente, magistral . Es una verdad que vivimos cada días como líderes, estas palabras nos confrontan y nos instan a revisarlos. Gracias