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S.O.S No más Iglesias

— ¡Auxilio! ¡Auxilio! Sáquenme de la iglesia, necesito huir de esta estructura de poder y control que me ha dejado heridas, vergüenza, dolor, angustia y con un inventario de recuerdos que día tras día me atormentan—. Estas son algunas de las frases que escucho a diario.

Debería ser motivo de alegría participar de un lugar considerado como la casa de Dios. El constante crecimiento de las iglesias evangélicas nos da confianza y nos genera una sensación de que estamos alcanzando una nación para Dios, pero la realidad es que también hay muchas personas transitando de un lugar a otro, en busca de una atención más integral y relacional. Algunas de las crisis que está viviendo la iglesia de hoy, se debe todavía al intento por conservar algunas costumbres heredadas, como el legalismo y el modelo tradicional de ser iglesia.

Muchos de nosotros venimos de un hogar cristiano y esto nos comprometía a tener un perfil en función de lo que se pensaba correcto o lo que se legitimaba el ser cristiano y ser iglesia. En mi caso, tan solo siendo un niño tuve que entender, que el ser parte de un sistema evangélico legalista, moralista, me heredó la presión social de ser el mejor, de ser el hijo modelo, y mostrarme a los demás como un ejemplo de hogar cristiano, reprimiendo cualquier fragilidad como persona.

Para dicho propósito los evangélicos teníamos que estar sujetos a una serie de normas que nos prohibían, como el jugar el futbol, ver televisión y mucho menos quedarse un domingo en la mañana descansando y no ir a la iglesia.

Además, de estas exigencias, estábamos expuestos a una serie de situaciones poco agradables. Por mencionar un escenario, es el caso de la escuela, donde era común el abuso por ser cristiano; no está de más mencionar las malas palabras que recibía, maltrato físico que con el tiempo hicieron que en mi sucumbiera complejos, angustias y posiblemente truncaron algunos de mis sueños.

Con todo esta situación la posibilidad de encontrar refugio, ayuda, esperanza y consuelo, era muy poco en el escenario de la iglesia. Para algunos de nosotros era inminente el peligro y la poca atención que recibimos. Quizás las cosas que nos animaba a seguir era la esperanza de ser adulto para irnos lejos y hacer todo cuanto ese sistema opresivo nos prohibió. La dinámica de iglesia desvinculada de la realidad social, alejada de la gracia de Dios, es uno que no tiene su encuentro en el reconocimiento de la fragilidad del ser humano.

Por otro lado, nuestros padres habían sido formados en esa estructura rígida de ser iglesia. Ellos se entregaban al servicio de Dios y daban lo mejor en lealtad a su comunidad. Pero estas causas poco caracterizaban y apoyaban a la misión de Dios, ya que las dinámicas establecidas al interior de la comunidad eclesial cada vez eran menos convincentes al no desligarse de ese sistema que a su vez no tomaba en cuenta como los desencantos de muchos feligreses. Este esfuerzo de dar lo mejor a una institución sacrificaba el tiempo con los hijos, haciendo que estuvieran a la merced de las denominaciones y al servicio de los jerarcas de ese tiempo, distanciando una vez más barreras de las familiares, al disponer menos tiempo en el hogar.

¿Qué podemos esperar de los hijos que tienen que vivir estas situaciones semejantes? ¿Repudiar y odiar la iglesia con amor? Lamentablemente el resultado de esta amarga experiencia del seno de una iglesia hicieron que muchos de mi generación incluso este que escribe, tomaran distancia, para otros como en mi caso fue un motivo para repensar un modelo de iglesia distinto ya que las heridas actuales siguen siendo semejantes a mi generación pero los que no han podido superar los traumas de las iglesias poco saludables a donde podrán ir. Los testimonios muestran dicha realidad:

—Don Roy entré a la iglesia con ansias, con esperanza, con anhelos, con expectativas de superar todo el sufrimiento que me arrastraba. Hoy, le puedo asegurar que mi experiencia en esa iglesia es devastadora, me arrepiento de haber sido parte, porque al ingresar me di cuenta de que era simplemente un medio para financiar los caprichos pastorales, llegué a sentir que nadie me quería, que simplemente era el recurso, el nombre del dinero y como algunos me decían “el Señor del carro bueno”.

—No creo en la iglesia, no puedo creer en sus líderes, no puedo creer en que Dios es amor y que la iglesia lo representa, cuando yo fui explotado.

—Don Roy estoy en bancarrota ¿Por qué me decían que en palabras proféticas, en declaraciones que tenía que repetir de mañana, declararlas en la noche, comentarlas al mediodía, mi prosperidad llegaría? Con base en esto asumí créditos financieros y aunque pacté con él 10%, porque alguien me dijo que si yo pactaba, sería rico, pero el resultado han sido las deudas.

A estos terribles testimonios se suma a cientos y cientos de experiencias que en el día de hoy aún nos invita a repensarnos, casos de personas que ingresan a las iglesias, llenas de esperanzas, con altas expectativas de que Dios vive en esa comunidad (iglesia) que a partir de ese lugar las cosas van a cambiar tanto su interior y su entorno, como consecuencia de un testimonio fiel y seguimiento a Jesús.

En nuestros días aun se sigue considerando a los fieles como la pieza que construye una masa o un movimiento, alguien que debe estar al servicio, una fuente de ingresos, que financiara los caprichos más egoístas de los líderes de la iglesia. Este modo de construir cuerpo o la comunidad de hermanos hará que un día se despierte y genere un malestar o distanciamiento de los fieles con la iglesia y con Dios.

Por otro lado, en la iglesia están los pobres, los que no aportan a las economías de la iglesia, marginadas y desechadas, porque su nivel de vida es considerada ‘maldición’.

Con mucha pena y vergüenza, escribo este artículo que posiblemente no será del gusto para algunos lectores porque demuestra y pone en evidencia la mala práctica del amor, del pésimo pastoreo que muchos y muchas han hecho o hemos hecho con la gente que entraron por las puertas de nuestros auditorios.

Entonces es la hora de hacer un llamado y replantearnos si efectivamente queremos cumplir con la misión de amar a la gente, de mirarlos y tratarlos como Jesús lo demanda. Es momento de recordar la angustia que vivió él mismo, así cuando sentado frente a Jerusalén miró una gran ciudad y lloró de amor y compasión porque miraba a las personas como ovejas sin pastor, gente sin esperanzas, sin orientación, al margen del despotismo, discriminación, marginados por un sistema religioso que oprime. ¿Quien estará dispuesto a amar a las personas como Jesús lo hizo?

El liderazgo de la iglesia requiere que tome una actitud humilde, teniendo en cuenta a Jesús, que se examinen en las formas como se recibe y se trata a las personas. No solo eso sino revisar nuestro discurso, hacernos oyentes de lo que decimos. Y analizar con integridad la manera en la que captamos recursos financieros. Es posible que nos demos cuenta del abuso, del maltrato que hemos ocasionado a tantas personas que un día con esperanza, con deseo de cambio se acercaron a nuestras congregaciones y hoy están metidas en sus casas decepcionados, heridos, sangrando y peor, otros que regresaron a prácticas mucho más pecaminosas de las que antes de llegar a la iglesia.

¿Cuando la gente va a confiar una vez más en la iglesia? La gente volverá confiar en la iglesia cuando les valoremos y hagamos relaciones más sanas, teniendo en cuenta su humanidad y conociendo que ellos hacen parte del proyecto de la gracia de Dios, que no les miremos desde el interés o desde lo que representan profesionalmente. La gente volverá a confiar cuando la iglesia vuelva a la práctica del amor genuino que nos enseñó Jesús.

— ¡Pedro! ¡Pedro! ¿Me amas?

—Sí, Jesús tú sabes que yo te amo.

—Pedro, apacienta mis ovejas y cuida mis corderos.

Este fue la gran demanda de Jesús al primer pastor de la Iglesia primitiva condicionando su trabajo, a cuidar a las ovejas; sí esto hiciéramos con dignidad sanaríamos mucho de los males que hemos causado.

Tomando la historia de mi vida y mi experiencia con la congregación que todos hemos construido, creo fundamentalmente en el poder que tiene la Iglesia como comunidad de amor, creo que ella cuenta con todos los elementos necesarios para hacer que el mensaje de la cruz, el mensaje del amor, transforme a todas las personas. Las experiencias amargas nos han servido para seguir comprometiéndonos con un enfoque pastoral distinto y saludable, donde las personas pueden encontrar un cuidado integralmente. No somos los únicos, en otras partes se están replanteando el modelo de ser iglesia para responder a las necesidades de las personas.

¡Hagamos de nuestra comunidad un lugar donde se vive y se practica el amor de Dios!

Sus observaciones son vitales para este blog, como que lo compartas.

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