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Una iglesia con muchas hojas, pero sin frutos

¿Qué beneficios produce hoy la iglesia local que la legitimen como instrumento redentor de Dios? ¿Sus estructuras cumplen con la misión que Dios diseñó para su Iglesia: un proyecto de vida y justicia?

El pasaje que leemos en Marcos 11:12-20, cuando Jesús tuvo un encuentro con una higuera en su camino al templo hacia Jerusalén, es motivo de muchas reflexiones.

Pensemos: Jesús se acercó a ella porque tenía hambre, de lejos había observado que tenía hojas y su follaje insinuaba que estaba cargada de dulces higos. Al llegar, descubrió que todas aquellas ramas verdes eran solo abundancia de hojas, pero carentes de frutos. La reacción del Maestro fue condenar a la planta por no darle los frutos esperados. Insólito acontecimiento cargado de desaprobación y castigo; el único que Jesús llevó a cabo en Jerusalén y al único que, luego de veinticuatro horas, se le comprobó su eficacia; el único, históricamente inexplicable.

Este texto puede mirarse desde la óptica de la institucionalidad del templo judío. Edificio sagrado, espléndido e imponente que, desde lejos, aparentaba un follaje frondoso con una higuera exuberante, pero sin auténticos frutos. Así, muchos peregrinos cautivados por esta frondosidad seguían hambrientos de justicia, porque esta institución se había vuelto ajena al proyecto de vida de Dios. Prometía y no daba. Provocaba hambre, pero no lo saciaba. Se había ocupado de su follaje, de su apariencia, de su prestigio, de afirmar su sistema de dominación y poder; por eso no ofrecía ningún alimento que proveyera vida y dignidad a sus peregrinos, tal como lo anhelaba Jesús.

¿Qué quiso enseñar Marcos con este relato y la secuencia con que lo presentó? Marcos, en vez de darnos un relato continuado en el que Jesús impreca al árbol y este se seca de inmediato, prefiere mencionar la declaración de la maldición en un primer día y dejar la constatación para el día siguiente. De hecho, la secuencia de la narración de la higuera es la que divide la famosa escena en que Jesús purifica el templo de Jerusalén.

La secuencia se ha construido en tres secciones en Marcos 11: 12-26

1- Jesús no encuentra higos en la higuera y la maldice.

2- Jesús continúa su camino hacia Jerusalén y llega al templo. Una vez ahí, expulsa a los vendedores y compradores. Les reprocha el que hayan convertido la casa de Dios «en una cueva de ladrones». Así, el relato de la higuera envuelve este episodio crítico de la obra y enseñanza de Jesús.

3- Al día siguiente, pasan nuevamente cerca de la higuera y ven que se ha secado.

Reitero: una higuera sin frutos, inútil y maldita representaba a aquella institución religiosa deshumanizadora, con sus sacerdotes y maestros de élite, corruptos, explotadores y opresores.

Por tanto, Jesús dictó su sentencia: “que nadie coma de tu fruto”. Estas palabras anunciaban el fin de un culto nacional estéril, opresor y deshumanizador, y marcaban el inicio de un nuevo culto, capaz de saciar el hambre de vida y justicia del mundo, tal como se lee en Mateo 5:6 “Dios bendice a los que desean la justicia, pues Él les cumplirá su deseo".

En relación con la iglesia del siglo XXI, nos hallamos en las mismas condiciones de esta higuera. Estamos plantados en una era de oportunidades globales que nos facilitan la proclamación del evangelio: abundancia de recursos de todo tipo; facilidades de movilización de un continente a otro, y en cuestión de horas, mayor cantidad de métodos para el aprendizaje teológico; miles de redes creadas en función del servicio a los más necesitados y la libertad de expresión religiosa en muchos países. No podemos negar que somos la higuera privilegiada de todas las épocas de la iglesia.

No obstante, la pregunta inquietante sigue hoy vigente: ¿Cuáles son las evidencias tangibles de que Jesús está presente en nuestra sociedad latinoamericana por medio del peregrinaje de su iglesia?

Antes de responder, es necesario aclarar que esas evidencias no se relacionan en absoluto con la abundancia de hojas y follajes verdosos que pretendemos exhibir como testimonio de ese caminar con Jesús. No nos sirven de mucho.

Definámoslas: lujosos edificios, amplios parqueos, mega iglesias, templos abarrotados de gente; redes sociales como urnas de despliegue ministerial; narcisismo político-evangélico que promueve mesías salvadores; medios de comunicación, activismos, personalidades carismáticas que conquistan a millones con sus palabras humanistas, pero que deshumanizan al controlar y manipular a las multitudes. Todo este bagaje son simples hojas.

En nuestros países latinoamericanos, la mayoría de las iglesias evangélicas usan todas estas hojas para legitimar su «éxito» ministerial. En realidad ¿son estos los frutos que Jesús espera que su iglesia produzca?

Lamento decepcionarte: no lo son. En Filipenses 1:11, la Palabra es contundente: “llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios”.

Por tanto, el Maestro nos invita a muchos escenarios:

· Transformación social comprobable: donde sea que esté presente la iglesia, su comunidad debe experimentar cambios concretos en áreas como salud, educación, economía, medio ambiente y seguridad ciudadana.

· Fidelidad y perseverancia en la enseñanza de la palabra de Dios.

· Privilegiar el bienestar de la comunidad local antes que el de la congregación: esta debe renunciar a su propia comodidad.

· Sus líderes deben ser ejemplo de carácter humilde, de relaciones horizontales y de servicio desinteresado.

· Ausencia de narcisismo: no se promueven denominaciones e iglesias en particular ni figuras, mesías políticos que, para sostener sus estructuras de poder y dominación, manipulan a la gente manteniéndola en la ignorancia de las Escrituras.

· Distribución de los recursos de todos para todos: no caer en el hábito de muchas iglesias de atesorar millones de dólares en cuentas bancarias y de llenar bodegas de recursos que podrían beneficiar a muchas comunidades locales. Llegará el día en que esas cuentas bancarias y esas bodegas testificarán ante Dios en su contra. Hoy mismo, miles de iglesias carecen de recursos.

· Dependencia absoluta de Dios: dejar de lado la confianza en la experiencia, el conocimiento y los recursos que han llevado a muchas iglesias a la autosuficiencia. De esta manera, retomar las jornadas de oración y ayuno.

· Renunciar a las vanidades que engendran la búsqueda del poder, dominio y control es decir, trascender por vivencias más simples.

· No participar en las luchas de poder entre iglesias. Aquellas que disputan por ser la más grande como garante de ser la mejor.

· Mantener apertura para todos y todas: Ser una iglesia sin paredes, abierta.

· Desarticular el negocio de «los mercaderes del templo» que han convertido la fe en mercancía.

Te invito a que sigas trabajando en la lista de los frutos que Jesús espera de tu iglesia. Lucha porque tu congregación recupere su esencia como verdadera comunidad cristiana. Encarna a Jesús en la comunidad en que vives: sacia su hambre de amor, de dignidad y de justicia.

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