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El Dilema del Discipulado: Cuando los Pastores Dejan de Ser Aprendices

En el mundo eclesiástico, se ha creado una paradoja palpable: aquellos que lideran la congregación, a menudo, son los menos dispuestos a seguir aprendiendo. Este fenómeno, aunque desconcertante, revela una verdad incómoda sobre la naturaleza del liderazgo pastoral y el proceso de discipulado en la iglesia contemporánea. ¿Cómo es posible que quienes están llamados a ser guías espirituales sean también los más renuentes a seguir siendo aprendices? En este artículo exploraremos el dilema del discipulado en el contexto pastoral, analizando por qué muchos pastores dejan de ser discípulos y cómo esta desconexión afecta el tejido mismo de la comunidad de fe.

 

El peor aprendiz es el pastor, y paradójicamente, el que menos desea ser discípulo también suele ser el pastor. Esta afirmación, aunque controvertida, revela una verdad profunda sobre la naturaleza del liderazgo espiritual y el proceso de discipulado en la iglesia contemporánea. A lo largo de mi experiencia como líder religioso y observador de la dinámica eclesial, he llegado a la conclusión de que la falta de un proceso de discipulado efectivo es un problema generalizado en la comunidad cristiana.

 

Es esencial comprender que el discipulado es un proceso que trasciende las credenciales académicas y las posiciones eclesiásticas. Jesús mismo desafió las expectativas convencionales al llamar a pescadores y recaudadores de impuestos como sus discípulos, y no a los eruditos religiosos de su época. El discipulado no depende del estatus social o educativo; está abierto a todos los que deseen seguir a Jesús.

 

El discipulado, en su esencia, es el proceso mediante el cual un seguidor de Jesús se convierte en un aprendiz activo, comprometido con su enseñanza y ejemplo. A través del discipulado, se abordan no solo cuestiones espirituales, sino también aspectos fundamentales de la identidad y la personalidad. Es un proceso integral que transforma al individuo en todas las áreas de su vida.

 

Es intrigante cómo el discipulado nos coloca en un estado constante de aprendizaje. Todo discípulo es, por definición, un aprendiz, y la belleza de este proceso radica en que nunca nos graduamos de ser discípulos. Sin embargo, lo irónico es que muchos pastores, quienes deberían ser los principales exponentes del discipulado en la iglesia, a menudo carecen de un compromiso real con este proceso transformador.

 

El problema se agrava cuando consideramos que muchos pastores han obtenido títulos académicos y han sido elevados a una posición de autoridad en la iglesia. Esta combinación de conocimiento teológico y posición de liderazgo puede llevar a una sensación de omnipotencia y autosuficiencia. El pastor se convierte en una figura central, alejada del proceso de discipulado que debería caracterizar a todo seguidor de Cristo.

 

Es crucial reconocer que el llamado al discipulado es continuo y nunca debemos considerarnos como completos en nuestro aprendizaje. Cuando nos encontramos en una posición de liderazgo en la iglesia, es fácil caer en la trampa de creer que ya no necesitamos seguir aprendiendo y creciendo como discípulos. Sin embargo, la realidad es que siempre habrá más para aprender y más para crecer en nuestra relación con Jesús.

 

Una señal de que hemos dejado de ser discípulos es cuando comenzamos a confiar demasiado en nuestra propia sabiduría y fuerza en lugar de depender completamente de Dios.

El discipulado implica un cambio fundamental en nuestras prioridades y enfoques. Una vez que nos comprometemos a seguir a Jesús como discípulos, nuestras vidas ya no nos pertenecen. Jesús se convierte en el centro de nuestras vidas, y su voluntad y enseñanza son nuestras guías primordiales.

 

La esencia del discipulado se resume en la declaración de Jesús: "Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres". Este llamado implica una relación íntima con Jesús, una entrega total a su voluntad y una participación activa en su misión de redención y restauración.

 

La oración ocupa un lugar central en la vida del discípulo. Aprender a comunicarse con Dios, a escuchar su voz y a alinear nuestras vidas con su voluntad son aspectos fundamentales del discipulado. La oración nos conecta con el corazón de Dios y nos capacita para llevar a cabo su obra en el mundo.

 

Un ejemplo bíblico de un verdadero discípulo que estuvo bajo autoridad es Timoteo. A lo largo de las Escrituras, vemos cómo Timoteo fue discipulado por el apóstol Pablo, quien lo guió, enseñó y animó en su fe. Timoteo mostró una disposición humilde para aprender y crecer, y su relación con Pablo sirve como un poderoso ejemplo de cómo el discipulado bajo autoridad puede llevar a un crecimiento significativo en la vida de un creyente.


Para recuperar el modo aprendiz, es necesario humillarnos ante Dios, reconocer nuestra necesidad de él y estar dispuestos a aprender de nuevo como si estuviéramos empezando desde cero. Esto significa sumergirnos en su Palabra, pasar tiempo en oración y buscar mentores espirituales que puedan guiarnos en nuestro crecimiento.

 

 

En resumen, el discipulado es un proceso sagrado que transforma vidas y comunidades. No es exclusivo para unos pocos selectos, sino que está disponible para todos los que deseen seguir a Jesús. Los pastores, en particular, deben abrazar este llamado al discipulado con humildad y compromiso, reconociendo que ellos mismos son discípulos en continua formación.


Que cada líder en la iglesia abrace la humildad del aprendizaje y se convierta en un modelo vivo del camino del discipulado para toda la comunidad de fe, partiendo del Pastor.


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